jueves, 14 de julio de 2011

ROCANROL para todas las edades.

Ruperto Rocanrol 2, el disco que revolucionó a todas las hormigas, pájaros y sapos del Arroyo Solís Chico, páramo donde vive el Sapo Ruperto, llega en estas vacaciones de julio a la sala Zavala Muniz del Teatro Solís. Allí se presentará desde al 25 de junio y hasta el 10 de julio a las 15.30 y los jueves también a las 20.30 el trío Ruperto Rocanrol integrado por Roy Berocay y sus hijos Pablo y Bruno. Con temas que remiten a Lou Reed, los Beatles, Iggy Pop y Bob Dylan, los Berocay hacen rocanrol para todas las edades.
-¿Qué leías en tu niñez?
-Leía lo que se consideraban como clásicos juveniles: Mark Twain, Julio Verne, Jack London. Había una colección que publicaba todos esos autores. Tom Sawyer y Julio Verne eran los que más me gustaban, libros como 20 mil leguas de viaje submarino, o De la tierra a la luna. Eran cosas que no entendía del todo pero igual me gustaban. No podría ser escritor si no me hubiera gustado leer, es como querer ser jugador de fútbol sin haber visto nunca un partido. Esas lecturas me influyeron mucho porque en la adolescencia seguí leyendo y empecé a querer ser como esos escritores que admiraba y empecé a intentar escribir cosas que me salían, como letras de canciones y poemas.
-Fuiste uno de los precursores de la literatura infantil en nuestro país, ¿cómo fue esa incursión?
-Hay estudios de gente que dice eso, pero cuando empecé no me lo planteaba. Estaba Ignacio Martínez también. De hecho él había publicado un libro un poco antes de que salieran Las aventuras del Sapo Ruperto y hemos ido creciendo juntos. Pero es verdad que en esa época no había nada y esa es una de las razones por las que empecé a escribir yo, porque quería contarles a mis hijos historias que les gustaran y no encontraba nada fuera de Horacio Quiroga. Entonces les empecé a inventar los cuentos. Yo había publicado una novela, Pescasueños, en una editorial muy chiquita, Proyección, y su dueño un día me llamó y me dijo que quería publicar algo para niños y que creía que yo podía servir. Tomé algunos de los cuentos que les inventaba a mis gurises de noche y les di forma. Ya en esos cuentos aparecía un personaje llamado Sapo Ruperto. Así nació Aventuras del Sapo Ruperto, que fue el primer libro. En ese interín, me presenté a un concurso de la editorial TAE, también de libros para niños, pero el primer libro demoró mucho en salir. Lo entregué y estuvo como un año y poco sin editarse. Cuando gané el concurso salieron los dos libros con diferencia de pocos meses.
-¿Por qué te parece que Ruperto es una personaje tan querido?
-Ni idea. Puedo tirarle a pegar: el humor puede tener mucho que ver, la personalidad, esa cosa de que se cree muy inteligente pero es muy torpe, el lenguaje, porque habla de la misma manera que los gurises, hay una cuestión de la identidad que es muy importante, pero no sé porque. Tengo libros como Pateando Lunas que no tienen a Ruperto y han funcionado de manera increíble. ¿Cuál es la fórmula exactamente? No sé, sino sería facilísimo. Es como con la música: están las normas básicas de cómo hacer una canción pop, agarrás una canción de los Beatles, que es como el manual, y si vos hacés todo igual, igual no hacés una canción de los Beatles.
-¿Cómo surgió la idea de un grupo de música infantil?
-Yo había hecho una canción que se llamaba Derecho a jugar, que fue hecha a pedido, contra el trabajo infantil. Esa fue la primera canción y nunca se usó, quedó ahí. Durante años la gente me preguntaba porque no hacía música para niños, yo tenía las bandas para grandes pero pensaba que no me iba a salir. Un día resolví intentar y empecé a componer temas para niños y decidí armar un espectáculo. No tenía idea de cómo hacerlo y escuché un disco de Pezzerti, que es un tipo que sale con la guitarra y comenta y hace diálogos y pensé en hacer algo similar. Pero decidí agregar la guitarra eléctrica y la batería. Como mi hijo más chico es baterista le pergunté si se animaba y me dijo que sí. Durante los primeros dos o tres meses estuvimos así, él y yo, tipo de White Stripes y funcionaba. Tocamos en el Auditorio de Florida para 800 personas, nosotros solitos, sin luces ni escenografía, sobre el escenario y funcionó. De hecho el primer disco lo grabamos nosotros dos. Después decidimos poner un bajo, y le pregunté a mí otro hijo que toca el bajo, el teclado y la mandolina. No hemos parado desde entonces.
-El disco no suenan como un disco para niños.
-Me pasó con mis hijos que crecieron escuchando lo que yo escuchaba y respondían a eso y si les ponía un disco para niños se aburrían. Siempre me quedó eso. Siempre creí que había una diferencia entre la música que se hace para niños y lo que ellos escuchan, salvo cuando son muy chiquitos. Después, ya cuando caminan y son más grandes, se cuelgan con un montón de cosas. El primer libro de Ruperto Rocanrol era más contenido porque pisaba un territorio desconocido para mí. Cuando vi la respuesta que tenían los gurises, incluso en los temas más fuertes, decidí subir la apuesta y correr los límites. Si vos empezás a bajar calidad porque es para niños le estás faltando el respeto al niño. Para mí, la clave, que tiene que ver con todo lo que hago, es que nunca reduje deliberadamente algo pensando en si el niño iba a entenderlo. Lo mismo pasa en las charlas, les hablo exactamente igual que a cualquiera, no cambio el tono o las palabras. Me parece que los gurises agradecen eso porque se sienten respetados. Por otro lado la música se engancha con lo que siempre quise hacer con la escritura, que tuviera cosas para grandes mezcladas, que el padre al leerlo se divirtiera igual. Con la música pasa lo mismo. Quiero que se divierta todo el mundo, que lo pueda escuchar la familia. Esta música tiene guiños para padres que tienen que ver conmigo. Hay referencias evidentes a músicos de los setenta, hay citas que algunos padres se darán cuenta y otros no.
-¿Cómo reaccionan los chicos ante un grupo de rock?
-Lo que me sorprende en los espectáculo es que hay un grado de respuesta fuera de lo común, que no sé con qué tiene que ver. Los padres bailan con los hijos en los pasillos, los chiquilines hacen trencito entre las filas. Los gurises saltan adelante del escenario. Cuando tocamos para escuelas, con 400 o 500 gurises, con menos control, se sacan las moñas y las revolean. No sé si es el ritmo o el humor, también hay una cosa afectiva, el hecho de tocar con mis hijos transmite una cuestión, mis hijos generan cierto encanto con las niñas, y después del show están 45 minutos firmando autógrafos. Se da una suma de cosas. Este año el espectáculo es totalmente nuevo con algunos temas del disco anterior. Estamos muy contentos y ansiosos.
-¿Tenés algo en cuenta especialmente al momento de escribir o componer para niños?
-Tengo en cuenta que estoy pensando para niños, pero siempre es una cuestión de criterio, es algo que yo creo que puede gustarle a los niños, y que no necesariamente cae dentro de lo que se supone que es para niños. Es una cuestión de desafiar. Yo trato de evitar lo didáctico burdo. Una de mis premisas básicas para escribir o hacer música es no ser didáctico, no tratar de enseñar nada deliberadamente, sino intentar que las historias y las canciones se sostengan por ellas mismas. Y si alguien saca una enseñanza de eso, genial, pero no es la idea. Yo considero que la función del artista no es enseñar, de hecho tengo discusiones con gente que sostiene que todo lo que se hace para niños tiene que ser didáctico. Pero cuando uno hace algo para adultos no se plantea enseñar nada, se plantea expresar algo artísticamente, y el niño tiene derecho a que para él se hagan cosas en términos artísticos. Tienen derecho a que el arte que se hace para ellos sea arte de verdad.